Comentario
Pese a la poca atención historiográfica que se le ha prestado, lo cierto es que la pesca, la otra agricultura, poseía una verdadera importancia en la economía y en la vida setecentista. Al margen de ocupar a lo largo del litoral a miles de pescadores, las pesquerías ocasionaban la activación de varios sectores económicos como la construcción de barcos, la fabricación de aparejos, la salazón de las capturas y el comercio al por menor y al por mayor. Asimismo, el pescado formaba parte esencial de la dieta de una población preindustrial, puesto que era el alimento más rentable dada la relación entre su precio y su contenido proteínico, amén de ser un componente obligado en la dieta de los países católicos donde estaban prescritos abundantes ayunos y abstinencias.
Además, la pesca movilizaba importantes recursos humanos. En cuanto al número de pescadores y al volumen de la flota pesquera, las Matrículas de Mar más fiables del siglo registran unos 5.000 barcos de diverso tonelaje y unos 25.000 pescadores, guarismos que a finales del siglo había subido alrededor de un 20 por ciento. El Atlántico y el Mediterráneo se encontraban equilibrados en cuanto a efectivos. En el norte peninsular, la tradicional pesca de altura vasca quedó reducida a la mínima expresión a causa de la práctica expulsión de los barcos españoles de Terranova. En cambio, Galicia resultó el verdadero paraíso de la pesca de cabotaje: excelentes condiciones naturales y una tradición secular convirtieron sus costas en un verdadero hormiguero de pescadores e industrias salazoneras. Por el contrario, las costas andaluzas presentaban una modesta actividad, centrada especialmente en la pesca del atún y la sardina, aunque su costa atlántica atrajese otros pescadores españoles en la zona que iba de Huelva a Ayamonte. En el área mediterránea era Cataluña la que se llevaba la palma, puesto que a mediados del siglo sus efectivos representaban el 27% de la flota española, unos recursos que se concentraban especialmente en el Maresme y en la Costa Brava. Finalmente, la modestia presidía las pesquerías valencianas y mallorquinas.
Las artes de pesca utilizadas recogieron las tradiciones establecidas. Generalizando, puede afirmarse que dos eran los principales sistemas de pesca, que implicaban a su vez dos modelos productivos diferenciados: sedentarios y móviles. El primero agrupaba la pesca con anzuelo, la nasa y el cerco. El segundo se dividía en dos grandes ramas: las artes de tiro (jábega y boliche, principalmente) y de arrastre (ganguil, tartana y bous). Por su parte, la pesca del atún mediante la almadraba aprovechaba las grandes migraciones de estos peces por las costas mediterráneas españolas.
La escasa capacidad de captura de las artes sedentarias en un siglo de aumento demográfico potenció especialmente las faenas pesqueras de tiro y arrastre. Estas últimas, con los bous catalanes a la cabeza, vinieron a representar la gran revolución pesquera. Se trataba de una pesquería efectuada mediante dos laúdes separados por una distancia de 30 ó 40 brazas que, portando una red de malla fina y tupida, rastreaban los fondos llevándose todo lo que se encontrara a su paso. Las artes de arrastre se revelaron como el procedimiento más barato y rentable, introduciendo una verdadera novedad en el conjunto del proceso productivo así como en el de comercialización. Las nuevas condiciones creadas fomentaron además el desarrollo de una importante industria salazonera cuyos principales promotores fueron los catalanes, tanto en su propio territorio como en las costas valencianas, andaluzas o gallegas.
Las acciones gubernamentales respecto a la pesca se dirigieron a un triple frente. Primero, se trató de mejorar las prácticas laborales y la difusión de las mejoras técnicas en los diversos artes. Culminación de esta actitud puede considerarse el Diccionario histórico de las artes de pesca nacional, escrito por Antonio Sañez Reguart entre 1791 y 1795. El segundo ámbito de actuación se remitió a la reglamentación de las artes de arrastre que los ilustrados veían con desconfianza por sus posibles efectos nocivos hacia la naturaleza y hacia la creación de empleo. Ello condujo a numerosas vacilaciones expresadas en las regulaciones y prohibiciones que se hicieron acerca de los bous catalanes. La tercera actuación se dirigió hacia el fomento de la pesca de altura a través de la creación de compañías privilegiadas. Proyectos que acabaron en relativos fracasos, como ocurrió con la Real Compañía de Pesca Marítima (1775) o la Real Compañía Marítima de Pesca (1789). Con todo, parece que el siglo no fue demasiado tacaño con el sector pesquero, especialmente con el de bajura.